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Bar Cortijo, naturalmente vino

Descubre el Cortijo, parte de la identidad de Tarragona, buena cocina y los mejores vinos naturales

En la barra del bar Cortijo se escucha una conversación telefónica que llega desde la cocina: «Se le ha ido la volátil, tiene el tinto muy acético. Yo creo que este año se ha dormido en los laureles». El que habla es Santos Masegosa, una de las grandes autoridades de nuestro país en el tema de los vinos naturales, propietario del negocio junto a su hermano y responsable de la cocina. 

Cuando abrió sus puertas, a finales de los 70, el Cortijo fue el lugar de descanso de los estibadores que llegaban buscando un buen desayuno de forquilla, una comida abundante y calórica que les ayudara a seguir la jornada. Con el traslado del puerto y la jubilación de aquella clientela portuaria, los hermanos Masegosa, Luis y Santos, no tuvieron más remedio que adaptar el negocio. Una intuición llevó a Santos a empezar a servir vinos naturales en el bar. Joan Ramon Escoda, de la bodega Escoda-Sanahuja en Prenafeta, y Laureano Serres, que tiene su bodega en el Pinell de Brai, le habían introducido en ese mundo, dando inicio un periplo por pequeñas bodegas y ferias para conocer una realidad diferente a la del vino más comercial, más intervenido por los enólogos. «Es un mundo que te atrapa, detrás de estos vinos hay personas extraordinarias con un discurso honesto y una gran visión del territorio», apunta Santos.

Dice el productor Laureano Serres que un vino natural es un vino de máxima intervención. La definición apunta justo a lo contrario, a vinos que únicamente llevan zumo de uva fermentado, en los que no se interviene químicamente, ni en la viña, ni en el proceso de elaboración en bodega. «Pero claro, el vigneron tiene que estar muy encima durante todo el proceso, en el campo, en la fermentación, en el trasiego; en bodega hay que estar muy pendiente. Entonces se puede decir que la intervención es máxima», explica el cocinero del Cortijo

Un referente en la cocina y en el mundo del vino

Gracias a eventos populares como Dixie & Callos, la Espineta amb cargolins —que conllevó la recuperación de esta tradicional receta de las fiestas en honor de Santa Tecla—, el Quina Barra o la Bacanal de vinos, esa cocina del chup-chup con vinos honestos se hizo un hueco en el panorama gastronómico de Tarragona. El tiempo le ha dado la razón y el Cortijo se ha posicionado como un lugar de referencia en esa imparable tendencia en el mundo del vino. Hoy no es difícil ver, en esa taberna canalla que había sido un prostíbulo en los años 70, a gente que llega desde la otra punta del mundo para probar nuevos vinos: por el Cortijo han pasado personas de California, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Sudáfrica, Francia, Portugal o, la más reciente, un sumiller llegado desde Corea del Sur. Los hermanos Masegosa creen que estas visitas, que tienen noticia del Cortijo a través de las redes sociales y del boca a boca, van buscando un respeto a la tradición expresado a través de una cocina heredada de la familia y de unos vinos elaborados igual que hace cientos de años.

La producción de grandes vinos en Tarragona

Tarragona ha sido, tradicionalmente, ciudad vinculada al mundo vinícola. En muchas de las casas del centro histórico se elaboraba vino hace tan solo algunas décadas. Actualmente, en la provincia de Tarragona están produciendo grandes vinos naturales. Santos destaca, además de las mencionadas Escoda-Sanahuja y Laureano Serres, las bodegas de 9+ en La Nou de Gaià, Sanromà en Vila-rodona, Tanca els Ulls y Dasca Vives en Nulles, Tuets en El Pont d'Armentera o Pinyolet y Nini en Rasquera. Otros restaurantes de Tarragona han seguido el camino abierto por el Cortijo y están sirviendo vinos naturales en sus locales: el bar Quidel, el Cup Vell, el restaurante japonés O'Hashi o El Tamboret son algunos de los que pasan con frecuencia por este sencillo bar ubicado en el barrio del Puerto para compartir referencias y nuevos hallazgos.

Comer, beber y mucho más en el Cortijo

Además de beber, en el Cortijo también se come. Allí no encontrarás un bacon con queso, pero sí Pancetamol, una panceta con varias horas de cocción a sus espaldas, unos chorros de vermú y vino blanco y generosidad con las especias para conseguir un toque asiático. Los buenos pescados, los guisantes con butifarra negra, las tortillas hechas con lo que tiene a mano o las patatas con mostaza de elaboración propia no suelen faltar en esa barra. El buen humor y cierta irreverencia saludable también forman parte del menú, se ha convertido en algo normal que Santos acabe sentado a tu mesa para compartir uno de esos vinos con defectos que nunca son iguales. Pero como bien dice, quién no tiene defectos, lo contrario sería muy aburrido. 

Cuando los comensales ya parecen estar satisfechos, los hermanos Masegosa sugieren pasar al "primo dolce", que según el día pueden ser unos callos con garbanzos o unas manitas de cerdo guisadas. El paso por el Cortijo es mucho más que el hecho de alimentarse y de probar nuevos vinos, está más cerca de ser una especie de terapia, probablemente la más eficaz de todas, aquella que consiste en compartir plato y risas con la gente que aprecias. Cuentan que algunas tardes, tras abrir una de esas botellas con burbujas surgidas de la fermentación espontánea, se oyen cantos que vienen desde la planta superior del local, voces que canturrean, algo descompasadas y poco afinadas, la letra de la canción popular irlandesa Molly Malone. Incluso hay quien asegura haber escuchado un aria de Verdi.

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